La madre se vistió de crisálida y le dio leche de sus senos. Pintó su cara con ternura de duendes saltarines. Usó el pincel más fino para trazar líneas con vuelos de gaviotas.
Abrió las ventanas de par en par, la luna dorada brilló sobre su cuna. La noche se hizo aliada de sus horas, arrullándola con brisa de palmeras y nanas para que no murieran las hadas de la imaginación. Creció adorando su pecho de bronce y plata, acomodando su cabeza entre los huecos de sus alas. Rellenó de sonrisas sus ojos cuajados de rocío y creció, pulgada a pulgada, sobre un suelo de algodón azucarado, que ahora le sirve para calmar el huracán de sorpresas que le va dando la vida.
La madre se transfiguró y se fue. La niña llora esperando que baje de los cielos el maná dulce de los pechos de su ángel.
No hay sorpresa que no conozca, ni alegría que no intente.
CARMEN AMARALIS VEGA OLIVENCIA. Puerto Rico
1 comentario:
La representación de la vida en este poema. Presencia y ausencia, alegría y dolor y, por sobre todo,
una abgustiosa y permanente espera.
Un abrazo, Laura B.Chiesa (Ra.Argentina)
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