Ojalá los poetas pudiéramos cantarle siempre
a la luna, a los amaneceres románticos,
a la paz, al amor, llenando nuestros poemas
cuando la televisión nos devuelve imágenes
del horror de ataques impúdicos,
mientras los gobiernos asisten, impasibles,
a una nueva masacre de inocentes;
cuando entre los escombros de Gaza
-que manan del corazón de los viejos muertos-
se abren las pupilas espantadas de los niños de hoy,
y brota la sangre en las mismas calles
donde antes corría la vida…
¿Cómo cantarle a la belleza?
¿Cómo escribir un poema de amor
cuando se siente vergüenza
de pertenecer al género humano?
Frente a la Primera Avenida,
a la altura de la calle 45,
los diplomáticos caminan de prisa,
nadie se atreve a mirar la obra
de Karl F. Reutersward:
de Karl F. Reutersward:
¿será que al cañón del gran revólver
del calibre 45 lo han desanudado?
Hoy los pueblos se han hecho oír,
manifestándose por las calles del mundo
contra la barbarie asesina,
pero los gobiernos se hacen los sordos
y también los mudos, no sólo no escuchan
los reclamos de su gente,
sino que delinquen
con su silencio y su permisividad.
En este poema no hay tropos:
la luz de la luna es metralla brillante,
los amaneceres son de fuego real.
¿La paz? sólo sueño, esperanza remota
de los corazones que tiemblan de terror.
¿El amor? la búsqueda desesperada
de una madre que no encuentra a su hijo
entre los restos de la escuela bombardeada.
¿Cómo cantarle, pues, a los tópicos de la poesía?
Escritor y poeta JULIO PAVANETTI (Uruguay)
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