Huyendo, llegó en un submarino a las costas de Río Negro. Compró una casa en Bariloche, al pie del Cerro Tronador, la más parecida a una cabaña bávara. Ya anciano, se casó con una mujer tehuelche, que le limpiaba la casa. Tuvo varios hijos mestizos. Los adoraba con pasión, al igual que a una pareja de gatos bastante desdeñosos que le regaló otro nazi que vivía cerca.
Ya no se avergonzaba de leer todos los días con anteojos. El bocio le adornaba sin timidez el cuello, pero ya la camisa no le llegaba a la papada para ocultarlo. Cuando lateaba con el Tercer Reich, los parientes de su mujer, todos analfabetos, reían a carcajada limpia. Una sola vez, medio borracho, habló de la Solución Final. Los indios no paraban de reírse. “Así se matan los cerdos”, le dijeron, incrédulos.
La nostalgia, a veces, le jugaba una mala pasada. Se le notaba en breves desvíos, en errores que su mujer tehuelche ignoraba. En lugar de decir cordillera de los Andes, por ejemplo, decía cordillera de los Alpes. Murió creyendo que Eva Braun era una sobrina que vivía en Europa.
Escritor y poeta JORGE CARRASCO (Chile)
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