BIENVENIDOS: REVISTA LA URRAKA INTERNACIONAL. EDICIÓN Nº 26

Portada:
Obra: Regatas en Argenteuil
Autor: Claude Oscar Monet
Fecha: 1874
Museo: Museo de Orsay
Características: 48 x 75 cm.
Material: Oleo sobre lienzo
Estilo:Impresionismo

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Cómplices en las Artes y la Amistad

MARAVILLAS MODERNAS EN LA URRAKA.

MARAVILLAS MODERNAS EN LA URRAKA.
A lo largo de un eje de casi dos kilómetros, en el antiguo cauce del río Turia, este complejo impulsado por la Generalitat Valenciana sorprende por su arquitectura - obra de Santiago Calatrava y Félix Candela - y por su inmensa capacidad para divertir y estimular las mentes de sus visitantes que, recorriendo sus edificios, conocen diferentes aspectos relacionados con la ciencia, la tecnología, la naturaleza o el arte. (Haz click en la imagen)

viernes, 7 de marzo de 2008

LA PROSA POETICA

El Ritual

Sobre un poema de Prevert
Echó café/en la taza/ echó leche/en la taza de café/echó azúcar en el café con leche / con la cucharita/lo revolvió/
Bebió el café con leche / dejó la taza sin hablarme / encendió el cigarrillo/ Hizo anillosde/ humo/
Volcó la ceniza/en el cenicero/ sin hablarme/ se puso de pie/ se puso el sombrero / se puso el impermeable/ porque llovía/ y se marchó/ Bajo la lluvia / Sin decir palabra/ sin mirarme/ y me cubrí / la cara con las manos/ y lloré
Jacques Prevert


Se llamaba Juan Rosas. Rosas, con “ese” no con “zeta” como solían repetir con risas aquellos que señalaba como malvados burlones, y que según sus comentarios, no lo querían.
Era un hombre acostumbrado a buscar sus nostalgias para sentirse vivo. Los recuerdos constituían poderosos imanes hacia los que convergían los aburridos espejos de las cosas. Estaban todos juntos, amarrados con aroma a café y a cigarrillo encendido.
Esos vapores que partían de la taza mezclados al humo y al azúcar revelaban el comienzo de un largo ritual iniciado en otro tiempo coloreado con tristezas y despedidas.
/Bebió el café con leche / dejó la taza sin hablarme / encendió el cigarrillo/ Hizo anillos de humo/
Sabía que era extranjero y que nunca olvidaría su pueblo. Me contaba que a los cielos y mares se los veía totalmente azules sin una sola nube que los turbara. Parecían espacios calmos y serenos. Cada uno de nosotros nos sentíamos un poco pintados con ese azul porque era como si nos hubiera “pintado el alma” decía, con una sonrisa triste. Luego me contaba que decidió viajar a este país del sur por un tiempo pero con la idea de volver al pueblo de su nacimiento.
Trataba de explicarme su melancolía producida por estos cielos grises siempre nubosos que le robaban las esperanzas, se quejaba. Durante algún tiempo compartíamos las tardes hasta la llegada de la noche. Nos quedábamos a oscuras hablando hasta que yo encendía la luz. Imprevistamente él callaba y se iba quien sabe adonde. Estoy segura que amaba más su soledad y al cigarrillo que nuestros encuentros. Es que los círculos de humo parecían más fascinantes por todo lo que podía descubrir en sus fantasías sinuosas, cargadas de misterio y que poblaban su soledad.
Una tarde no me habló más. Desde entonces los silencios se fueron superponiendo como blancos papeles con un fugitivo olor a aroma de café y otro breve olor a cigarrillo que más estaba en el recuerdo, como colgado en un perchero del tiempo.
/Volcó la ceniza/en el cenicero sin hablarme/ sin mirarme / se puso de pie/
Confieso que no estaba preparada para compartir sus lejanías en las que adivinaba el adiós instalado entre nosotros, modelado por el tiempo, con espacios que se sumaban cada día y que no podíamos llenar. Estas cenizas que guardo es lo único que me dejó sin buscar dejarme nada. Fue antes de ponerse de pie.
/Se puso el sombrero / se puso el impermeable/ porque llovía/ y se marchó bajo la lluvia /
El sombrero desteñido por el tiempo era su otro amigo, tan querido como el cigarrillo. Solían estar juntos muchas horas recorriendo la ciudad hasta que cansados regresaban.
Esa mañana llovía y la lluvia parecía responder a su cábala interna de humedades tibias que mojaban los recuerdos. Recibió un solo llamado en su celular únicamente algunas palabras adelgazadas por su tristeza me alcanzaron. “No, eso no lo hablé, no, no lo comprendería.”
/Sin decir palabra/ sin mirarme/
Súbitamente quedamos abrazados a nuestras distancias y sintiendo el frío de las soledades que se nos trepaba a los dos.
No hallé ninguna magia aunque la hubiera querido encontrar para que me devolviera las flores silvestres del amor que se fue, alguna palabra o sortilegio que produjera el milagro. Pero no vino nada a mi encuentro de lo que ansiaba.
/Y me cubrí la cara con las manos y lloré/
Lloré por las miradas que se llevó y que ya no serán para mí.
Lloré por sus nostalgias, por esa extraña costumbre de buscarse en el pasado. Lloré, porque me dejó sus llaves aquí sobre la mesa donde solía dejar el sombrero. Con estas llaves entraba, y yo esperaba que su cuerpo pasara rozándome apenas para luego alejarse. Cuando se aproximaba yo sentía un ritmo que nos envolvía a los dos, y un olor muy peculiar, como un perfume de otros tiempos y que en segundos se perdía. Todo era muy breve y concluía con el sonido de las llaves que dejaba sobre la mesa.
Siento mis manos húmedas sobre mi cara y me duelen estas lágrimas que resbalan sin límites por mis mejillas porque recién ahora descubro el adiós no pronunciado de Juan Rosas.

Leonor Escardo. Argentina

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