A Don Francisco de Quevedo (17 de Septiembre de 1580 - 8 de Septiembre de 1645), gran poeta y gran hombre, admirado compañero de pluma, tinta y papel
Diez mil versos de Quevedo,
una pipa humeante en la boca,
una pluma en la diestra
y un papel manchado de tinta.
Un par de siglos
de soledad impoluta,
de ilusión eterna,
de cariño recíproco.
Entre la brisa y el llanto
se oye corretear
el pasar de los años,
la vejez constante
que acecha, como
la muerte despierta
y viva que a mi lecho
aborda todas las noches
intentando llevarme
al otro extremo de la eternidad.
Recito estos versos
bañados en alegría y tristeza,
en desolación y muerte.
Empapados en guerras y destrucción
en injusticias y ecuanimidades.
Recito estos versos
para que no me deje la pena,
para que no pueda absorberme la tristeza,
para demostrar a mi mente
que aun estoy vivo
y que no hay poder ninguno
que pueda arrebatarme lo que más quiero:
mi vida.
Poeta Oscar González Pardo (España)
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