los descuidados signos que el adolescente en Bretaña dotó a la pared
no coincidieron exactamente con los que en el colegio mexicano
Ricardo grabó en un apuro endemoniado
para que todos los que concurrieran en fila al urinario supieran
que sus flechas irían por siempre clavadas a una tal Rebeca
que no acertaron a adivinar cual de las de aquel año era: Rebeca Díaz/ Rebeca García/ Rosa Rebeca Beltrán.
Años más tarde
otra mano dibujaba en aquellas paredes nombres y flechas
porque los anteriores habían sido borrados con cal...
En Londres o en Sonora
las incógnitas huellas de un amor primario eran calificadas de irreverentes.
Mundana urbe que en las letrinas
desahogan sus miserias creyendo entregar las almas.
Constantemente los del XX como los del XXI
se aferran al ejercicio de dibujar en los muros.
Constantemente yo pienso
ensimismado en el lomo del animal prehistórico
porqué no hubo una flecha cuajada de rosas y perfume matinal
para la dama, la primera, que permitió introducir el fuego en la caverna.
¿Quizá fue aquel corazón impreciso que
por olvido
no tuvo iniciales?
De alguna forma
los nombres del antepasado cuelgan desde esta ventana
abierta a esa ciudad que tiene de Europa y de América
y en donde la lluvia ha venido a salpicar mi nostalgia
acaso porque no me atrevo a garabatear la casa con nombres
labrando un único lenguaje donde se diga:
la suerte que aquí crece
tiene de cuerpo domesticado,
de ensueño y arrogancia,
voraz imagen de ir asumiendo la falta con impía libertad.
¿Habrá que ser adolescente o prehistórico para abrir de símbolos esta pared donde creo que te reclinas para observarme,
donde asumo que la bondad se aferra a mentir
entre muros
sobre muros
en sitios que el otoño ya torna sagrados
y me hace cómplice de tanto lenguaje tardío?,
lengua que dice
ser bisonte y bestia y hombre petrificado
en cada estocada
que el tiempo empuña
desde toda estación ignorada.
Escritor y poeta Ihosvany Hernández González (Cuba)
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