En el transcurso de sus 20 años,
siempre dominé su cuerpo.
-Déjame quieta-era lo que me decía
cada vez que empezaba a desvestirla por completo
mientras la zarzamora entre sus piernas
exhalaba su oloroso monólogo invitante.
Entonces, con la punta de mi lengua invasora
atada a su cuidadosa piel de mujer,
más el roce de mis punzantes mostachos
en sus senos maquillados de mariposa,
detonaba todos sus secretos en el abalorio
de su boca golosa que soplaba
al ritmo contrastante de mis labios.
-Déjame quieta- me volvía a repetir
en el enervante silencio de la noche
que se perdía en los zaguanes
de la ciudad y sus amores ajenos.
Atento en la distancia
y conocedor del límite amenazante,
mi fusil buscaba en ella,
reventar la diana
con su vital líquido
para abrir claridades y confrontar el infinito.
Hoy
somos otros
en la intangible brevedad
del espejo come rostros y tiempos
que además, refleja la dórica pareja
de ráfagas internas
y de soles que perjuran las navajas de la memoria.
siempre dominé su cuerpo.
-Déjame quieta-era lo que me decía
cada vez que empezaba a desvestirla por completo
mientras la zarzamora entre sus piernas
exhalaba su oloroso monólogo invitante.
Entonces, con la punta de mi lengua invasora
atada a su cuidadosa piel de mujer,
más el roce de mis punzantes mostachos
en sus senos maquillados de mariposa,
detonaba todos sus secretos en el abalorio
de su boca golosa que soplaba
al ritmo contrastante de mis labios.
-Déjame quieta- me volvía a repetir
en el enervante silencio de la noche
que se perdía en los zaguanes
de la ciudad y sus amores ajenos.
Atento en la distancia
y conocedor del límite amenazante,
mi fusil buscaba en ella,
reventar la diana
con su vital líquido
para abrir claridades y confrontar el infinito.
Hoy
somos otros
en la intangible brevedad
del espejo come rostros y tiempos
que además, refleja la dórica pareja
de ráfagas internas
y de soles que perjuran las navajas de la memoria.
Poeta TITO MEJÍA (Colombia)
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